La calma después de la
tormenta.
Podría decirse que, aunque
nos quitemos el bañador y dejemos de hablar de la arena en los zapatos, el
verano no termina hasta que llega Noviembre. Eso que los ingleses llaman Indian
summer.
No aterrizamos hasta que notamos el cambio de aire. El cambio en nosotros. Es la forma de medir el tiempo. Y en otoño, el cambio se acelera.
Las cosas terminan, esa es la mejor parte. Es cierto, el verano
está muy bien pero el otoño es mejor. No es caótio, tiene sentido y encaja.
El
ambiente se enfría, se aclara, nos hace razonables. El cielo es más
intenso, nos despeja las dudas y
volemos a disfrutar de cualquier pequeño instante.
Noviembre nos da la magia de
hacerlos grandes.
Nos concede tiempo para
desprendernos de lo innecesario y prestar atención a las cosas que la merecen. ¿Cuándo ha llegado? En el
momento en que aceptamos el cambio y vemos que tenemos espacio suficiente para un nuevo comienzo.
Cruzamos puentes, con la firme idea de no mirar atrás, para encontrarnos a nosotros mismos. Nos apoyamos en el hombro de quien nos quita las piedras del camino.
El frío nos ablanda, nos vuelve mejores. Mostramos nuestros verdaderos colores, nos revelamos ante los demás. Buscamos su calor y recordamos cómo era eso de darlo.
El frío nos ablanda, nos vuelve mejores. Mostramos nuestros verdaderos colores, nos revelamos ante los demás. Buscamos su calor y recordamos cómo era eso de darlo.
No puedes ocultar tus verdaderas intenciones al acercarte al otoño de tu vida.
Las hojas de los
árboles caen y se llevan las preocupaciones. El pasado se desvanece y al fin,
dejas de estar pendiente. Te dejas llevar completamente, sin oponer resistencia
ni hacer esfuerzos.
Una palabra: Reconfortante.
El viento nos susurra su
frescura en la nuca. Encontramos las razones que le dan el verdadero brillo a nuestros ojos y nos armamos de valor para
no perderlas. Es, sin duda, el
momento en que asumimos los riesgos y decidimos hacer lo inesperado.
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