domingo, 19 de noviembre de 2017

El tiempo es ahora

Por eso mismo,
porque es como os digo,
dejadme que os hable 
de ayer, una vez más
de ayer: el día 
incomparable que ya nadie nunca
volverá a ver jamás sobre la tierra
-Ángel González

Porque es bueno recordar, de cuando en cuando, lo valioso que es el tiempo que se tambalea entre nuestras manos, que hoy es el mañana que tanto nos preocupaba ayer. Hoy, ahora, es el único momento del que disponemos para hacer lo que ayer dijimos que haríamos, para terminar de escribir la última página de las historias que dejamos a medias. No es mañana, ni pasado, ni dentro de una semana, es en este instante cuando tenemos la oportunidad de decir lo que no nos dijimos y callar el silencio de lo que no gritamos.


Es tiempo de ser valientes, de tomar partido y de sumarnos a la causa de darle a nuestros días el significado que nosotros queramos. Sacar provecho, poner empeño y remangarnos la camisa para amasar el futuro que estamos horneando.Tener presente, que lo que ayer hicimos no lo podemos cambiar, pero sí podemos hacer mucho ahora, y de eso mismo dependerá nuestro porvenir.


Es tiempo de centrarse en el ahora, de saber distinguir lo urgente de lo importante, de colocar las cosas a la distancia que se merecen. De mirar los puntos ciegos que trazamos en nuestra vida, desde otra perspectiva. Es tiempo de tirar de nosotros mismos y colocarnos en el lugar en el que anhelamos estar. De sonreír francamente y dejar que la gente mire. Es ahora cuando debemos sentirnos dichosos por ser lo que somos, lo que hemos crecido y brindar por la persona en la que nos estamos convirtiendo.


Es tiempo de sacar bandera blanca a nuestros enfados, por no ser quien esperábamos, por perder algo  que apreciábamos, por disgustarnos porque se marcharon demasiado pronto. Es tiempo de conquistar nuestros miedos y echar por tierra nuestras preocupaciones. De manifestar abiertamente nuestra postura acerca de perseguir con firmeza las ambiciones. De poner trincheras contra el recelo y la aprehensión. De no levantar cabeza hasta trazar el camino, aunque surjan desvíos, que te llevará a conseguir tus propósitos, para que al alzar la vista, aquello con lo que tus ojos se encuentren, sea exactamente lo que quieres ver.


Es tiempo de demostrar lo que tanto rato llevamos ocultando. De expresar el agradecimiento que cuantiosamente sentimos y menos veces de las que gustaría declaramos.  De mirar como no has mirado antes, para que tus ojos hablen lo que con palabras no se puede. De dejar libre el impulso que en ti nace de sostener su mano. Hoy por hoy, debemos inspirar profundamente el cariño que recibimos y dejar salir el mismo afecto. Es el momento y es el lugar, para hacer eco de todo lo que nos remueve por dentro. Ya es hora de apretar más con cada abrazo, por ti, por la persona que tienes delante y por aquellos que se quedaron en el tintero. 



Porque seguimos dando la nota en dejar las cosas para más adelante.
Porque en esto mañana siempre es tarde.
Porque el ayer ya no vuelve.
Porque el tiempo apremia.

martes, 14 de noviembre de 2017

¿Cuándo desapareció esa parte de mi?

Para poder construir hueso nuevo debes destruir otro viejo. Es la ley fundamental para tener un hueso y crecimiento sano. No son procesos aislados, se mandan señales uno a otro, van juntos de la mano. Constantemente, nos renovamos. Nos desprendemos de viejas costumbres que ya no nos sostienen para mantener el peso de otras recién adquiridas. Nos deshacemos de lo que ya no nos sirve, lo que creemos no necesitaremos más. En ocasiones, ni siquiera está en nuestra mano tomar esa decisión, ni tampoco sabemos cuándo se transformó todo. Cada año, un 10% del hueso es renovado sin que nos demos cuenta de nada, no nos duele, no notamos el cambio, mientras ocurre nos sentimos exactamente igual.
Lo mismo pasa con nuestro ADN, nuestra señal de identidad se reescribe, hace copias de sí misma constantemente y en el camino va perdiendo información, aunque nosotros creamos que no hemos cambiado nada en absoluto.
Entonces, ¿cuál es el problema de la renovación? Que es lento y casi imperceptible, y mientras construyes hueso nuevo no sabes en qué parte de tu cuerpo se estará destruyendo algo, no hasta que desparece por completo. ¿Quién sabe si nos estaremos quedando con lo superfluo y, entretanto, habremos tirado algo importante?
Y te preguntas, ¿podré vivir sin esa parte de mi?
A mi personalmente, me gusta creer que la naturaleza es sabia y nos hace avanzar con lo imprescindible.

Hasta quedarnos sin aliento

Algunos soñamos con alcanzar la perfección, ese estado ideal que sabemos no puede ser real, al menos no todo el tiempo. Existen momentos inmejorables, casos puntuales en los que damos lo mejor de nosotros mismos y todo a nuestro alrededor es eso, simplemente perfecto.
Aspiramos a alcanzar ese estado algún día, pero lo cierto es que ni cuando respiramos lo hacemos al 100%. De forma general, se admite como valor normal un margen de 0.8 a 1. Si estás dentro de ese límite, puedes darte por satisfecho. Inspiramos, nos armamos de valor y con todas nuestras fuerzas intentamos llegar a lo máximo, para después soltarlo todo, hasta la última gota de aire. 

En eso consiste la espirometría. Nos ponemos a prueba, medimos nuestra capacidad de respirar, y aunque sabemos que no podemos alcanzar ese valor de 1, 10, 100 o el límite máximo, cada segundo, con cada bocanada de aire, seguimos respirando como si nos fuera la vida en ello. 


Inspiramos, espiramos, una y otra vez, todo lo que podemos hasta quedarnos sin aliento. Y esa forma de inflar y desinflar nuestros pulmones hasta la extenuación, la aplicamos a cada desafío que se presenta en nuestra vida.
Porque si lo miras en perspectiva, cada una de esas respiraciones casi perfectas, nos sitúa más cerca de donde queríamos estar.