sábado, 6 de agosto de 2016

Agosto

Dícese de ese mes donde los Buenos días van seguidos de un ¿cómo va la vida? Y nuestra única obligación debería ser reflexionar sobre ella. Es al verano, lo que la gota de agua que cae por la espalda cuando el sol empieza a secar el pelo. El punto de inflexión donde todo empieza o todo termina. Y todo vuelve, incluso las oportunidades. Tan cuestionadas, tan merecidas.

Tenemos en nuestras manos el último boleto para refrescarnos, el tiempo necesario para desconectar, con la promesa de volver a ponernos al corriente de todo. Que todo fluya y nada influya. Dejamos de contar problemas antes de dormir, mirar las estrellas nos hace perder la cuenta.  ¿A qué esperas para cambiar de vida, de ritmo, de maneras? Lo mejor no ha pasado, ni está por venir, está pasando. Qué bien sabe nuestro ahora. Volvemos a lo que realmente importa, alargamos los brazos y allí al final, hay otros brazos. 


Disfrutar de las pequeñas cosas del día se hace nuestra rutina. Las sobremesas se ensanchan hasta el atardecer, subimos a bordo de otros barcos y remamos con la intención de llevar a buen puerto el cariño nuevo que nace.  Que amor con amor se paga. Las horas de sol se acortan a medida que las conversaciones en la noche se vuelven más interesantes. A estas alturas del camino ya hemos soltado todo el lastre. Cenamos donde nos apetece, ganamos en picardía a carcajada limpia y nuestras palabras son más honestas. Apuramos las horas de espera a esa llamada que nos libre de nuestras obligaciones.

Nadar contra viento y marea, sin perder la esperanza, sigue siendo nuestra tarea pendiente. Si de verdad queremos cumplir los objetivos que nos marcamos debemos tener presente estas tres recetas: 
Amoldar la cabeza  a la idea de creer para ver, protegernos del miedo al fracaso  y tener el antojo de ser la solución. 

No es fácil seguir a flote cuando ves que tus compañeros eligen dar el barco por tocado y hundido, aún así decidimos atar la confianza en uno mismo con nudos de 6 cabos y agradecemos los lazos de esas personas con su punto de mira en nosotros, siempre dispuestas  a quedarse, a sostener el amarre. En la calma y en la tempestad.


Los reencuentros traen historias con sabor a cócktel y consejos de los de siempre. Las anécdotas que se cuentan entre baile y baile van llenas de miradas transparentes. Volvemos a los brazos más cálidos, a las personas que se sienten como si fueran de sangre. La familia siempre queda para recordarte que algunas cosas nunca se pierden y tan importante es encontrarse bien por dentro como mimarse por fuera. 
Bendito Agosto que has llegado. 
Aterrizas para hacernos perder el norte, acariciar el sur y no sentir el suelo. Entramos en la fábrica donde se forjan los sueños que cumpliremos los próximos meses.

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