Dícese de ese mes donde los Buenos días van seguidos de un
¿cómo va la vida? Y nuestra única obligación debería ser reflexionar sobre
ella. Es al verano, lo que la gota de agua que cae por la espalda cuando el sol
empieza a secar el pelo. El punto de inflexión donde todo empieza o todo
termina. Y todo vuelve, incluso las oportunidades. Tan cuestionadas, tan
merecidas.
Tenemos en nuestras
manos el último boleto para refrescarnos, el tiempo necesario para desconectar, con
la promesa de volver a ponernos al corriente de todo. Que todo fluya y nada
influya. Dejamos de contar problemas antes de dormir, mirar las estrellas nos
hace perder la cuenta. ¿A qué esperas
para cambiar de vida, de ritmo, de maneras? Lo mejor no ha pasado, ni está por
venir, está pasando. Qué bien sabe nuestro ahora. Volvemos a lo que realmente
importa, alargamos los brazos y allí al final, hay otros brazos.
Disfrutar de las pequeñas cosas del día se hace nuestra
rutina. Las sobremesas se ensanchan hasta el atardecer, subimos a bordo de
otros barcos y remamos con la intención de llevar a buen puerto el cariño nuevo
que nace. Que amor con amor se paga. Las
horas de sol se acortan a medida que las conversaciones en la noche se vuelven
más interesantes. A estas alturas del camino ya hemos soltado todo el lastre.
Cenamos donde nos apetece, ganamos en picardía a carcajada limpia y nuestras
palabras son más honestas. Apuramos las horas de espera a esa llamada que nos
libre de nuestras obligaciones.
Nadar contra viento y marea, sin perder la esperanza, sigue
siendo nuestra tarea pendiente. Si de verdad queremos cumplir los objetivos que
nos marcamos debemos tener presente estas tres recetas:
Amoldar la cabeza a la idea de creer para ver, protegernos del
miedo al fracaso y tener el antojo de
ser la solución.
No es fácil seguir a flote cuando ves que tus compañeros
eligen dar el barco por tocado y hundido, aún así decidimos atar la confianza
en uno mismo con nudos de 6 cabos y agradecemos los lazos de esas personas con
su punto de mira en nosotros, siempre dispuestas a quedarse, a sostener el amarre. En la calma
y en la tempestad.
Los reencuentros traen historias con sabor a cócktel y
consejos de los de siempre. Las anécdotas que se cuentan entre baile y baile
van llenas de miradas transparentes. Volvemos a los brazos más cálidos, a las
personas que se sienten como si fueran de sangre. La familia siempre queda para
recordarte que algunas cosas nunca se pierden y tan importante es encontrarse
bien por dentro como mimarse por fuera.
Bendito Agosto que has llegado.
Aterrizas para hacernos
perder el norte, acariciar el sur y no sentir el suelo. Entramos en la fábrica
donde se forjan los sueños que cumpliremos los próximos meses.
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