Touch has a memory- John Keats
Tenemos una memoria selectiva. Nuestro cuerpo sabe exactamente qué es lo que puede hacernos daño y lo susceptibles que somos de que todas las piezas se desencajen con un simple recuerdo. Curioso, ¿verdad? Cómo funciona la memoria. Las cosas que apenas puedes recordar y las que nunca puedes olvidar.
El corazón puede ser el remedio más potente, pero sin la memoria, se nos olvidaría que lo que nunca sobra siempre es el tiempo. No podemos elegir lo que recordamos y lo que es mejor olvidar, lo que puede ser vital y aquello de lo que tenemos que deshacernos. Pero lo cierto es, que funciona.
Olvidamos las noches que pasamos en vela a causa de una decisión, porque, para tomar la correcta, debemos recodar los días que nos equivocamos y, sólo así, conseguimos abrir los ojos.
Tardamos en borrar esas cosas que son, más o menos, imperdonables, pero a la larga aceptamos que algunas personas deberían irse y quererse a sí mismas. ¿De qué serviría? Guardar tanto tiempo esa espina, si no te enseña a quedarte con quien es capaz de hacer, lo que otros no son capaces de decir. Y por qué es tan importante volver a tener ilusiones.
Recordamos caras y gestos particulares, lugares y momentos concretos. Las manos con las que crecimos y nos vieron crecer, los pies que saltaron y corrieron con nosotros hasta que tomamos caminos distintos. Pero sobre todo, no nos olvidamos de los sueños compartidos y lo que nos hicieron sentir.
Inconscientemente, creamos cortafuegos, ponemos muros que ocultan un período turbulento. No somos de hierro y nuestra mente sabe que, de vez en cuando, necesitamos que nos lea un cuento para no dejar de soñar. Las mejores historias vividas y tantas veces contadas. Por ti y por todos tus compañeros. Fábulas con la misma moraleja: habrá con quien se llegue a un tipo de intimidad de la que es imposible recuperarse. Y desde luego, entre esos tipos y tú, hay algo personal.
Sabemos contestar de carrerilla cuando nos preguntan sobre lo que pasaría si entrase, sin previo aviso, un toro al abrir la puerta. Tenemos grabado el número de plazas en las que hemos toreao y no lo vimos venir. Rememoramos las veces que nos pusimos de nuevo el traje de luces, por quién volvimos a jugárnosla, dando un quinto ruedo de segundas oportunidades, aún sabiendo que sólo se sentarían a verlas pasar.
Apenas olvidamos, que el rencor nos hizo cambiar de profesión y en algún momento fuimos tan piratas como dijimos que nunca seríamos. Cómo olvidar al amigo que fue terriblemente fiel y nos tiró por la borda de aquel barco. Nos sumergió en sus palabras hasta que aprendimos a mirar el lado bueno de las olas. Juntos escribimos el mensaje de cómo se cura una herida, y para eso hay que entender que la piel no olvida, pero perdona las quemaduras.
Naufragando, descubrimos que sólo se enciende otra llama después de barrer las cenizas, que no hay dos islas iguales y que el mayor tesoro está en aquella en la que nos perdemos para encontrarnos.
Naufragando, descubrimos que sólo se enciende otra llama después de barrer las cenizas, que no hay dos islas iguales y que el mayor tesoro está en aquella en la que nos perdemos para encontrarnos.
Nos aprendimos de memoria los pasos que hay que dar cuando se trata de cumplir promesas, las pautas recomendadas por el Manual de buen uso de la confianza. Recordamos que la fuerza de las cosas que no decimos tiene un gran impacto en un mismo.
El secreto es no dar muchas vueltas en ver que, siempre, habrá con quien las soluciones se hagan a base de polvo de hadas y extracto de magia, donde el requisito es que las palabras y los hechos deben ir a partes iguales y en cantidad suficiente.
Deberían enseñarnos antes, que el remedio lo ponemos nosotros, que las cosas salen en la medida en que hacemos que las temperaturas no bajen.
La memoria hace imborrable la receta a nuestros males.
Deberían enseñarnos antes, que el remedio lo ponemos nosotros, que las cosas salen en la medida en que hacemos que las temperaturas no bajen.
Como decía, no podemos hacer nada para elegir, a la hora de recordar. Lo cierto es, que recibimos algunas señales... Y es que cuando la piel se eriza, tu mente ya sabía que hay abrazos que valen toda una vida.
Buscaremos esos momentos de magia, aunque sea mirando al pasado. Un saludo!
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